Me llamo Jose como muchos otros Joses. No me considero alguien especial; aunque dicen que lo soy. Tengo una discapacidad. No me gusta decir que soy un enfermo. De hecho me molesta cuando los médicos se refieren a sus pacientes como “los enfermos”. Soy una persona con una enfermedad. Es cierto. Pero también soy muchas cosas más.

Intento que esa parte de mí no sea la protagonista. La mayoría de las veces lo consigo, hasta que alguien llega y hace cosas por mí que yo no le he pedido que haga. Seguramente lo hace con buena voluntad; así que asiento y no digo nada.

Es complicado vivir desde una silla de ruedas; ir por la calle y ver culos en vez de caras; o ir con la familia a un restaurante y que el camarero pregunte “¿Y al campeón qué le pongo?”.

Uno convive con sus dudas, con sus anhelos y con la amenaza constante de que mañana las cosas pueden cambiar y no ser capaz de hacer lo que ayer sí podía. Pero la verdad es que al final te acostumbras y lo normalizas. Y entiendes que nada es para tanto; que nada es tan terrible; y que no hay mal que 100 años dure ni picor que no puedas rascarte.

La enfermedad es algo que aparece al margen de cuál sea tu actitud ante la vida. Al menos yo lo vivo así. Lo que quiere decir que no librarte de tu enfermedad no supone una derrota. La derrota aparece cuando te dejas vencer y te conviertes en “el enfermo” del que hablan los médicos. Aquel en el que la discapacidad toma las riendas y el protagonismo de tu vida.

A veces me cuesta. Como a todos. Y tengo derecho a sentarme y descansar. Pero detenerme a descansar no significa rendirse. Significa más bien que sabes que la vida es un deporte duro. Pero que si dosificas tus fuerzas acabarás venciendo. No a la enfermedad. Pero sí a la tentación de dejarse vencer por ella.

Lucha cada día. Sin importarte el resultado. Y tu día valdrá la pena.

Jose